Caminando por la oscuridad de la soledad encontré una pequeña luz; un fuego. Como si mi memoria de la evolución hubiera borrado sus recuerdos por la supervivencia,
mi mano se lanzó a tocarlo, sin siquiera tintar los dedos de negro, sin sentir dolor alguno, todo lo contrario. Abracé ese fuego de esperanza como si fuera una madre de dragones y pese a que no
hubiera quemaduras ni sufrimiento, dejaba una marca que cada vez se haría más grande, en una zona no visible a los ojos.
Agarré ese fuego y lo llevé conmigo varios años, éramos uno. Pese a que la distancia se agrandó en un período, la cicatriz con sed de dominar, creó el reencuentro.
Esta vez las distancias las recorreríamos juntos.
El fuego a veces vivo, a veces dormido, siempre me daba ese calor necesario en las noches en las que las dudas de existencia llamaban a la puerta de mi
insomnio.
Una tarde, el fuego empezó a arder de forma distinta. Las llamas no danzaban de un banda a la otra. El color naranja no era capaz de hacerte entrecerrar los ojos e
incluso parecía que salieran gotas de agua de sus dos ventanas. Una humareda negra como el tizón emanaba lentamente del fuego y se posaba cual techo, como si un plástico se estuviera
quemando.
Para mi sorpresa, cuando quise ver más allá, pasadas las llamas del vestido, el cuerpo ardía como si no hubiera mañana. La fuerza de las llamas me sorprendían, a
mi, a quién a la monotonía constantemente encontraba.
Esa cicatriz ni de picas, ni de rombos ni de tréboles, latía, abriendo la herida en cada movimiento, agrandándose cuanto más podía antes de que olvidará como
hacerlo.
Pero pronto, demasiado pronto para estar preparados, ese fuego llegó a extinguirse. Lo hizo con silencio. Justo después de que lo abrazara con miedo y delicadeza y
me llevará sus llamas a los labios.
Esa nube de noche que ahora hacía sombra a sus cenizas y se movía como un corazón que late, levantó vuelo al cielo cual Fénix, desapareciendo con el más sutil
degradado.
Ese olor pronto desapareció de mi nariz y mi memoria, la temperatura pronto descendió en el recuerdo de mi sangre, pero la luz y la fuerza con la que ardía el
naranja, dejaron una cicatriz que no borrarán ni el tiempo ni nadie. Una marca de tu existencia que guardaré como el que es, uno de mis más grandes tesoros, Panther.