En ese
calendario con el siete colgado de la pared, las cruces rojas se aproximan a su fin.
Desde la
oscuridad de la distancia que se alarga más de lo normal, espera la estrella sentada donde siempre, al lado de la sombra de la otra con la que hacían eclipse cada noche, para volver a orbitar por
separado durante el día.
Hoy por
fin vuelve a aparecer la luz solar acariciando mi rostro, cegando mi mirada, y yo sonrío. Desde la luz se oye un sonido algo incómodo. Desde la distancia que trazó la hermana de Sol, sale
propulsado un Satélite que siempre la orbitaba, pero esta vez descontrolado y con visibles impactos de dudas y miedos. Pero el sol no me déjà verlo hasta ser demasiado tarde.
No me da
tiempo de recoger nuestras cosas, ni siquiera de mirarlas para memorizarlas. Solo de coger un pequeño impulso que en tierra sin gravitación es más que suficiente, para alejarme del impacto. Desde
mi distancia veo como ese planeta desaparece, como los huecos de nuestros cuerpos desaparecen. Una nube de polvo naranja se hace con el espacio y yo parezco salido del festival holly colors,
aunque me vale para esconderme el poco tiempo que me hará falta.
Ahora nado
en el vacío, repleto de estrellas, camino a mi planeta, pero no vale la pena entristecer por la perdida de lo que solo estubo en nustra imaginación, en la tuya y en la mía. Lástima que ese polvo
naranja sea muy tóxico para las mariposa de estómago.
Y con el
tiempo las estrellas seguirán siendo ellas y la reunión casi predecible, más el sueño de ese eclipse en tierra se lo llevaron las consequencias de tus actos.